Fuimos a Versalles… ¡y nos saltamos el Palacio!

Mi novia y yo siempre habíamos querido visitar Versalles; por eso, en nuestro último viaje a París nos montamos en el tren… ¡Pero nuestro día de excursión no salió exactamente como habíamos previsto!

Hacía un día precioso y, nada más llegar, en lugar de dirigirnos directamente al Palacio, decidimos dar un paseo por los alrededores. Los cuidados jardines, los bosquecillos y las fuentes, bañados por el sol de la mañana, reclamaban nuestra atención.

Así que allá que nos fuimos: primero cruzamos el bosquecillo denominado Le Bosquet des Trois-Fontaines (Enlace externo) , que, según habíamos podido leer, el propio Luis XIV quiso atribuirse su diseño, en lugar del arquitecto paisajista André Le Nôtre. En los mapas antiguos, se puede leer «Idea del Rey». ¡Vaya desfachatez!

Continuamos hasta el Grand Trianon (Enlace externo) , uno de los «palacios del placer» de María Antonieta. Casi podíamos imaginar su espíritu, paseándose con sus andares afectados, antes de su muerte. Nosotros también hicimos lo propio, antes de sentarnos a comer algo sobre una zona de césped cercana.

Seguidamente, regresamos a los bosquecillos y llegamos a Le Bosquet de la Salle de Bal (Enlace externo) . La brillante cascada de ocho metros de alturas nos cautivó.

De repente, ¡nos entró un hambre atroz! Así que reservamos mesa en el restaurante ganador de una estrella Michelin La Table du 11. ¡Mi novia estaba impresionada! El menú del almuerzo fue increíble: vieiras con hinojo y clementina. El menú de la cena, a base de langosta y alcachofa de Jerusalén, parecía igual de tentador.

Para bajar el almuerzo, echamos un vistazo a las pinturas en trampantojo que decoran diferentes puntos de Versalles, un fascinante recordatorio del arte de los siglos XVII y XVIII. Entre nuestros favoritos: El buzón en el Hôtel des Postes, las «tiendas» del siglo XVIII en la Rue Mazière y los falsos ventanales en el nº 22 de la Rue de Satory.

Entonces, caímos en la cuenta de que estábamos demasiado cansados para visitar el palacio. Pero no queríamos irnos de Versalles sin verlo… por eso decidimos comprobar si quedaba alguna habitación libre en el pueblo. Por suerte, Le Versailles, muy cerca del Château, tenía alojamientos libres. Allí, con sus pinturas murales de la Galería de los Espejos y de María Antonieta, nos sentimos tratados como reyes.

A la mañana siguiente, nos costó abandonar nuestras cómodas camas, pero el personal del hotel nos comentó que debíamos visitar La Maison des Parfums, un pequeño museo del perfume situado justo al lado del palacio. Este gabinete de curiosidades nos ayudó a descubrir muchas cosas más sobre las tradiciones del perfume francés. Fue fascinante.

Desde ahí, pusimos rumbo a la Salle du Jeu de Paume del siglo XVII, donde en una ocasión, Luis XIV jugó al tenis y donde tuvo lugar el famoso «Juramento del Juego de Pelota» que puso fin a la monarquía y se dieron los primeros pasos para dotar a Francia de una nueva constitución. Nos tomamos nuestro tiempo para estudiar los archivos, los bustos y las pinturas clásicas.

Como estábamos disfrutando tanto con nuestro pequeño «viaje en el tiempo», decidimos visitar la Cathédrale Saint-Louis de Versalles de estilo barroco y sus increíbles vidrieras.

Felices, cansados y con el alma rebosante de historia, belleza y naturaleza, estábamos listos para regresar a París. Fue entonces cuando nos dimos cuenta: ¡Oh no! ¡No hemos visto el palacio!

Mi novia se encogió de hombros. «¿Sabes qué? ¡No importa!»

Y era verdad. Descubrir el pueblo de Versalles y las vistas y jardines que rodean el palacio fue una experiencia cultural tanto, o más, emocionante.

Para saber más:

Cita en Versalles